domingo, mayo 13, 2007

Un cuento.

Hace unos meses, más o menos 6 me encontré una agenda que usé mientras hice los últimos años de la universidad y el internado, y en ella había entre muchas notas de clases, dibujos extraños y promesas de amor un cuento que había escrito, creo que lo hice mientras estaba como interna del hospital de Sincelejo, pero cosa rara en mi ni siquiera me acuerdo cuando exactamente lo escribí ni porque lo hice, estaba inconcluso, y ayer por fin me atreví a terminarlo, como diría Poncho en "mi niño se creció" nunca tuve el talento justo a mis pretensiones, pero ya he perdido la vergüenza así que acá va este cuento que a mi realmente me hizo reír mucho, sino pregúntenle a Karina que se enojó porque al leerlo no paraba de reírme y a pesar de la curiosidad que eso le generaba no la dejé leerlo.






Leandro caminaba dando pasos largos, rápidos y ruidosos sobre el fino cascajo de la calle, pero el sonido monótono de las piedras apretadas contra las suelas remontadas de sus zapatos negros no acallaban la gritería de tantos pensamientos arremolinados, Elena debía estar esperando por el, con su vestido de florecitas negras sobre el fondo blanco, de tiritas amarradas en los hombros huesudos, mirando al reloj, preguntándole por que camina tan lento. Pero Leandro no quería llegar, hasta hacía una semana era fácil ser feliz: dos fulanos, perfectos donnadies, un par de casi nadas en un pueblo caluroso y perdido entre la maraña de pueblos del mapa, pero un día llegó el mensajero del diablo, mojado en sudor y jadeando con un recado para Elena:

- que mi mamá dice que llamaron de la universidad, que pasaste y en el primer puesto.
Leandro no se había presentado en ninguna, ella le habló de aprender más cosas y conocer lo que decían los libros, a él todo aquello le parecía inútil. Lo peor no fue el hijo de la administradora del SAI con su risa de ventana sin bolillos y la cara picada por la varicela, sino la sonrisa de ella, como si le acabara de pedir matrimonio, como si fuera la virgen y el arcángel le terminara de informar que pariría al Mesías, parecía que una lluvia de minúsculas estrellas bañara sus mejillas y sus ojos cantaban dichas desconocidas.
Se iba entonces. Demasiado lejos, donde el con sus zapatos negros no podía llegar, a un lugar llenos de “leedores” de libros con letras demasiado pequeñas y sin fotos ni dibujos, de esos que el jamás leería y ¿para qué? ¿En que parte de la felicidad entraban ellos? ¿Acaso Elena mentía cuando susurraba a su oído, que el la hacía feliz? ¿Para qué tenía que irse a donde el nunca, nunca podría, ni quería entrar?
Casi sin darse cuenta estaba ya frente a la puertecita verde y entre abierta de la casa de ella, debía estar con su vestido de florecitas negras sobre el fondo blanco, con tiritas amarradas en los hombros huesudos, sin sostén ni pantaleta para que él la amara mientras su madre trabajaba como dependienta de una tienda y el abuelo-ballena respirara dificultosamente en el cuarto de atrás, ¡como era de fácil quererla mientras le mordía la carnecita de la oreja y ella le enterraba sus uñitas de gata en la espalda!
- Entra.
Y ahí estaba, pero no era ella, sino otra Elena con un pantalón negro y una camisa rosada, y tenía sostén y seguro también pantaleta, y parecía una profesora de las de las novelas (de las novelas del televisor no de la biblioteca).
- Es la ropa que me compró mi mamá para ir a la universidad, no querrás que vaya mostrando perna, ¿verdad?
Dijo eso y se agarró los muslos carnosos que él pretendía encontrar desnudos y dispuesto a abrirse de par en par como una flor extraña. Al minuto notó que ahí estaba la que debía estar despachando arroz y queso en la tienda, sonriendo con otro pantalón en la mano: blanco y tres camisas idénticas pero en diferentes colores en la otra:
- Así dicen que se visten las universitarias- dijo sonriendo la madre de su mujer, todo era cada vez más confuso: ¿acaso no entraba ella en enero o febrero?, sólo era noviembre y ya debían cambiar todo? Solo faltaba que el abuelo-ballena saliera mostrándole los cuadernos y lapiceros, eso no pasó, pero Leandro se convirtió en estatua en el medio de una sala que ahora era distinta, mientras que a su alrededor revoloteaban dos mariposas sin alas, paro con aguijones como avispas que querían dañarlo.
La madre pidió a Elena que se quitara y guardara la ropa, se anudó una cinta verde en el cabello y salió a despachar arroz y queso allá en la tienda, del cuarto se asomó ella, la de siempre con su vestido de florecitas negras sobre el fondo blanco, con tiritas amarradas en los hombros huesudos, sin sostén ni pantaleta, sólo que él ya no sentía ningún deseo, la veía como a una maestra de esas que salen en las novelas del televisor y que a veces le pegan a los brutos como el, con una regla. Siguió siendo estatua, inmóvil, quieto, expectante, Elena bostezaba y sus teticas se erguían y parecía que lo llamaban, pero podía ser que al acudir la maestra sacara la regla, siguió inmóvil, ella pareció desistir y se fue a la cocina, gracias a Dios, alcanzó a pensar cuando apareció con los labios mojados y el vestido también, que se ajustaba a su pecho y sintió que alguien en el ya no tenía ningún temor a la regla. El sofá sonaba demasiado y estaba claro que el abuelo-ballena podía oír, pero esa idea solo conseguía alborotarlos más.
















Los amigos tampoco entendían eso de ir a la universidad, las únicas dos personas que habían ido a una en el pueblo eran el médico rural que venía los lunes a hacer la consulta y el cura que venía cada dos domingos a hacer la misa y ninguno parecía ser feliz. Las cervezas estaban frías y el calor era capaz de derretir los postes de la luz, pero las ideas seguían agitadas en la cabeza atormentada de Leandro, que entonces pedía consejo a sus amigos.
- Pero es tu mujer, dile que no se vaya.
No, Leandro jamás haría eso, no vivían juntos, era su mujer porque ya le había pertenecido casi todos los días del último año, menos cuando ella decía que el ritmo no dejaba y el no conseguía condones, pero ni vivían bajo el mismo techo, ni comían de la misma olla, el no podía ordenarle nada. Sólo negó con la cabeza, sin explicar nada porque ellos no entenderían.
- Cásate con ella, que si ya es esposa para que quiere ser universitaria?
Era lo mismo pero más caro, así se casaran y el fuera entonces capaz de ordenarle que no se fuera porque entonces sí vivirían bajo un mismo techo y comerían de la misma olla ella podía ignorar su orden y eso era aún peor para el. Ni siquiera movió la cabeza, sus amigos eran más brutos que el, con razón Elena quería saber lo que dicen los libros de letras pequeñas y sin dibujos.
- Empréñala.
No!, Elena siempre tenía un calendario en la mano y sacaba cuentas y contaba y el nunca entendía bien como era eso, se limitaba a comprar condones cuando ella lo decía, era imposible, claro a menos que el condón salga malo, pero si en todo un año no ha salido ninguno malo ahora no veía porque tenía que salir, aunque claro, él puede romper la punta antes de ponérselo.. Pero no hace ni una semana, el día en que el diablo envió a su mensajero lo habían hecho con condones, así que aunque no sabía muy bien como era aquello si sabía que no sería en pocos días que ella le pida nuevamente que los compre, pero cuando pase, los compra y mientras ella espera que se lo ponga lo rompe con su navaja y ya, entonces ella no se irá jamás a aquella ciudad tan fría de la que tanto habla ahora, sino que los lunes el médico le hará el control para que pueda parir sin problemas, y ambos, bueno los tres puedan como hasta hace una semana, ser felices.
Llevaba dos días sin ir a la puerta verde de su mujer, por las noches pensaba en como romper aquel caucho sin que ella acostada mirando al techo o a su espalda, con los muslos abiertos como una flor extraña y húmeda, se diera cuenta, el temor de ser descubierto era grande, pero era eso o perderla en un mar de sabiduría innecesaria, en una ciudad donde no hay mosquitos y se duerme sin ventilador, donde hace frío aun al medio día, una ciudad donde sus manos jamás llegarían para levantar el vestidito primaveral y encontrar un par de nalgas firmes y desnudas, esperándolo.
Pasaron dos semanas mágicas, parecía que no existían ni las universidades, ni los libros, ni los pantalones de universitarias, ni la ciudad fría sin mosquitos ni ventiladores, y todo era tan fácil como antes: el vestido de florecitas negras, los griticos del sofá que parecía participar también del amor, la sensación de excitar al abuelo-ballena, las teticas sudadas de antes, el culo redondo, la sonrisa-paraíso de su mujer en donde quería vivir eternamente, lejos de cualquier cosa desconocida que pudiera amenazarlos, hasta llegó a creer que no tendría que romper los cauchos porque ella ha olvidado aquella idea tan loca y no hará nada en contra del bello camino a la felicidad con él al que estaba destinada.
- Ayer llamé y me dijeron que me puedo matricular una semana antes de entrar a clases, así que no me voy sino a finales de enero.
No entendía bien, era como si el diablo le hablara en el que debió ser el primer idioma del mundo, y ese diablo-Elena sonreía placentero después del amor, destruyéndole la vida y desmoronando el bello camino hacía la felicidad con ella al que estaba destinado.
Y cuando el le preguntó por que no había hablado más de eso, si de todos modos se iba a ir, este diablo que se adueñó de su mujer dice tranquilo, que para que mientras esté con el no cambie nada, y toda la luz se volvió negra y el ambiente olía a azufre y parecía que el corazón de Leandro se caía en medio de sus tripas salpicándolo de sudor, pero fue entonces que el diablo queriendo cambiar de tema cometió un error:
- La otra semana hay que comprar condones.
- No tengo plata para comprar condones toda la semana- no tenía que leer y leer para ser astuto.
- Aunque sea para, el martes, el miércoles y el jueves.
Una de las pocas cosas que este hombre aprendió en comportamiento y salud es que se necesita un solo día para preñar a una mujer, así que cortar condones tres días era asegurar la sonrisa-paraíso donde quería vivir.
Al llegar la madre de Elena Leandro se fue lleno de ilusión a la única casa de putas del pueblo, donde hace un año solo va a conseguir lo que no se encuentra en otra parte: condones, y le parecen tan tristes las putas-niñas con vestidos de colores brillantes, sentadas en las piernas gordas de los borrachos, pide seis condones y la felicidad lo impulsa a salir corriendo después de pagar, corre como quien corre hacia la felicidad. En casa saca los condones, corta las puntas, después de meterlos en sus sobres plateados los guardar en la cartera.
Cada tarde va Leandro a adueñarse del que le parece el más cálido y hermoso cuerpo del universo, y el cuerpo se entrega dócil, cumpliendo cada deseo: ponte así, súbelo acá, mejor por este lado, hasta el martes.
-Tienes condones?
No responde, pero malignamente asoma el lado bueno de uno de los paquetes plateados por la cartera, entonces ella se abraza a el y lo empuja suavemente, el se da la vuelta, mientras ella espera paseando los ojos del techo lleno de telarañas a su espalda grande llena de sudor, Leandro se voltea y con un movimiento rápido ya está encima de ella, siente que el paraíso tiene la más cómoda y calida entrada, puede imaginarse en nueve meses cargando un hijo salido de ese paraíso, de su paraíso, cerró los ojos cuando sintió acabar, empezaba a sentirse cómodo cuando ella lo empujó.




- Se partió, salte rápido que se partió.
Parecía regresar del medio del mundo, medio adormecido en serio, medio adormilado actuando, no se salió, se hundió más preguntando:
- ¿Qué te pasa?
Ella decía sentirse muy mojada dentro, juraba que se rompió el condón: ¡que te salgas que se reventó el condón!, y el abuelo-ballena pareció dejar de respirar, gritaba ella que se saliera corriendo, que qué esperaba?, pero el tenía miedo ahora de ser descubierto, salió lentamente y suspiró al ver que el caucho siguió rompiéndose por el agujero que él había hecho, y ahora parecía un inocente condón roto accidentalmente. Elena en cambio arrancó a llorar: eso no podía estarle sucediendo a ella que iba a empezar a estudiar, y hoy martes cuando hay que esperar que el doctor vuelva el OTRO LUNES, y el le habló de unas pastillas que podía tomar si esto pasaba, pero ella por temor de ser descubierta no quiso que se las copiara, ¡pero si daba igual si en este pueblo de mierda no se consiguen de esas! lloraba y gritaba y el no entendía por qué hablaba de sus cosas con ese hombre que siempre quiere meter las manos en las partes de las mujeres diciendo que era por su bien.
Quiso abrazarla y explicarle todo, que eso haría que las cosas fueran más fáciles, y serian felices de nuevo como lo eran los padres de el y como lo fue la madre de ella hasta que el marido se fue con otra, pero supo entonces que ella no pensaba igual y jamás lo entendería.
La abrazó pero ella lo golpeó y empujó echándolo de la casa. En el cuarto el abuelo-ballena volvía a respirar y el corazón de Leandro latía triunfante imaginando que ya la universidad se hacía humo con sus libros y la ciudad sin mosquitos y sin sol.
Caminó feliz a casa, hacía casi seis meses, que se levantaba todos los sábados y domingos con su papá a las 4 de la mañana a cultivar y arar la tierra, y desde que se acabaron las clases lo hacía diariamente así que ya tenía con que sostener a su familia, de nuevo el camino se hacia visible y el lo recorría con Elena de la mano hacía la felicidad.
Por fin era lunes y cuando Elena llegó al puesto de salud habían delante de ella como quince personas buscando cita, la atenderían solo como a medio día, pero no importa nada: ella esperaría porque sólo ese hombre podía ayudarla a soltar cualquier nudo que le impidiera llegar a conocer lo que está en los libros que aún no ha leído. Toda la gente ahí a pesar de la falta de dientes, las ropas viejas y las uñas llenas de cutre parecían tan felices comentado sus infortunios y esperando tranquilamente que la muerte los recoja para seguir siendo felices en el más allá con los que se fueron primero.
Casi a las 8 llegó lleno de polvo el doctor, la reconoció y a pesar de la gente delante de ella le dijo que siguiera, por un momento se quebró la felicidad de todos porque en medio de sus desventuras alguien pretendía estar en mejor posición que ellos: y eso que todavía no se ha ido pa´ la universidá.
El médico negaba con la cabeza al escuchar la historia, mirándola con esa mirada de los médicos que parece decir: “por no escucharme en mi infinita sabiduría”
Le habló tonterías sobre 72 horas de algo y de una ética que impide esto y aquello y sí, el entiende sus deseos de saber mucho más de lo que puede aprender en éste pueblucho, perdón pueblo pero así es la vida y los hijos son regalos de Dios y por otro lado no se sabía si de verdad estaba embarazada, que esperara el primer atraso y vuelva que el trae una prueba de orina desde el pueblo donde vive para que ella compruebe lo que ya sabe que se le malogró la vida en un mal polvo, tan malo que hasta Leandro se quedó dormido, cuando ella casi no tenía ni ganas, y este gordo con espinillas ahora habla de empezar un control de no se que cuando ella todo lo que quiere es llegar a la ciudad donde la espera a casi 24 horas de camino una universidad que le tuerza el aburrido rumbo de su destino, faltaba una semana para la nombrada falta y cuando esto sucediera faltaría toda una semana para que de nuevo sea lunes y este pendejo traiga el palito blanco que de mala manera le estropearía la vida.
Con la sonrisa de un vendedor cansado el médico le dijo que hasta luego que en 15 días nos vemos y al cerrarse la puerta de su esperanza se sintió como cáscara sin clara y sin yema en el medio de una tormenta.
No quería ver a Leandro que parecía tan feliz, sino hubiera visto el condón en la cartera hasta pensaría que … no Leandro jamás la dañaría, ni haría algo que pudiera herirla a pesar de ser un bruto que no puede leer dos párrafos completos. que ni sabe siquiera que es un párrafo, no la dañaría, a pesar de odiar la idea de que se vaya a la ciudad del frío a aprender mil cosas, tanto odia la idea que ni siquiera le pregunta que va a estudiar o quien sabe si el sepa que en la universidad se estudian diferentes cosas, será que hace el viaje de la otra vez hasta Barranquilla donde hizo el examen de admisión junto con un montón de caribeños que no tuvieron que viajar hasta el frío antes de tiempo gracias a Dios, y allá consigue quien le solucione el problema que el mediquito ese no se atreve a arreglar? Pero eso está a casi cinco horas y a más de $60,000 ida y vuelta y sacarle hijos a uno no debe ser barato. Además Leandro no la dejaría.
Él siguió yendo a casa y a pesar de su falta de deseo siguieron retozando en el sofá como si el mundo girara igual que siempre y en la matriz de pera no pudieran estarse enterrando las raíces de una vida.
Leandro soñaba en voz alta que el embarazo era cierto: la mitad de la cosecha era de el, se lo había prometido su padre y con eso le haría un ranchito de bahareque en el patio donde ella sería la más feliz, y la tristeza abrazó el corazón astillado de Elena, nunca nunca sería feliz de nuevo, ya la felicidad se había ido y la esperaba en la alta ciudad dentro de la universidad más grande del país, con una beca por pasar en el primer puesto para aprender filosofía y letras, y este animal del monte pretendía atrapar una felicidad para ella en cuatro paredes de bahareque en el patio de su casa, donde lo único que la acompañará será el fracaso de no haber conseguido lo que tuvo tan cerca, pero Leandro no tenía la culpa, fue ella que un día decidió escuchar las palabras de la profesora de filosofía: aprovecha tu potencial, y empezar a soñar con lo que el hombre que amaba y la amaba no podía darle, a soñar con lo desconocido en ese pueblo donde para estudiar bachillerato había que ir a la cabecera municipal: de donde venía el médico rural, a casi una hora de muy mal viaje, fue su culpa no conformarse con lo que le ofrecía el destino, viendo que con eso en los últimos 17 años había sido feliz.





¡ya sabía! Le diría a Leandro la otra semana que la regla había venido y de alguna manera convencería al mediquito que le sacara esa masa sin forma de su matriz porque ella se iría detrás de las mariposas rojas de la felicidad que habían volado encandiladas hacía las luces de la capital.
Su madre hablaba de los ahorros que había hecho para la fiesta de matrimonio, porque creía que al terminar el bachillerato se casaría con Leandro, con eso le pagaría el viaje, ya había averiguado: en Sincelejo sale un bus todas los días para Bogotá, bueno salen varios y también supo que tiene que comprar por lo menos una chaqueta, que las blusas de manga larga que se midió el otro día no son suficientes, que el cura dijo que esa ciudad era muy fría, bueno ahora si se arrepentía de no haberle hecho caso a todos los hombres que quisieron enamorarla cuando tu padre se fue, porque ahora se iba sentir muy sola sin su hijita en la casa. A Elena le dolían los sueños de su mamá: ella estaba preñada, la regla aun no llegaba, tenía dos días de atraso y faltaban 5 días para que fuera lunes y el médico trajera la tal prueba y ya se siente las tetas más grandes.
Engañar a Leandro fue fácil:
-Entonces, ¿te vino?
Le dolió el alma al ver como se desdibujaba su sonrisa, y como parecía hundirse en un mar de mierda, contuvo las ganas de llorar y de contarle todo, de resignarse a criar hijos y puercos, empezó a hablar de buscar ese hijo cuando volviera de vacaciones, pero en el último semestre.
-oíste Leandro?
Pero ella no quería volver hasta graduarse, ni a su madre se lo había dicho, pero ese dinero y ese tiempo del viaje podía usarlos en otras cosas. Leandro seguía soñando, ella sentía que el que estaba enfrente no era su novio desde que se desarrolló sino un desconocido al que le había arrancado el alma, y se la había comido con sal y limón en el almuerzo. Lo amaba mucho pero no dejaría que la condenara a la felicidad de los estupidos, criando hijos y esperando soplando el fogón a que llegara oliendo a putas a manosearle las tetas caídas y el vientre surcado de estrías, no, eso no lo permitiría.
Resultó que el lunes el doctor no vino, tenía una reunión en Sincelejo y las citas quedaban para la otra semana, y la tierra se abrió y se trago a Elena y su maleta de sueños, y de un eructo la devolvió con las manos vacías a la superficie, había que esperar pero el tiempo no se decidía a pasar, y la regla no bajaba, y ella se negaba a estar con Leandro por tener la regla y el sonreía triste y le tocaba las manos y ella pensaba entonces que criar hijos no sería tan malo, si al menos no se hubiera puesto a soñar, si por lo menos no lo deseara tanto.
Y llego el otro lunes que a pesar de ser festivo trajo al medico, gracias a Dios, ahí estaba Elena esperándolo, el la vio al llegar, le sonrió pero no la hizo pasar de primera, tuvo que esperar en medio del miedo y de la fe a que le llegara el turno, ella no veía a Leandro que desde la otra esquina la miraba por la ventana, también muerto de miedo y de fe, sudando hielo bajo una lluvia suave. Como a las tres horas la llamaron, Leandro la vio pararse, la vio recoger unos papeles que se le cayeron al suelo, la vio desaparecer tras la puerta que tenía una foto de una señora vestida de blanco con un gorro raro en la cabeza pidiendo silencio con un dedo en la boca, ya sabía que la regla no había bajado, a ella nunca le duraba tantos días como le había querido hacer creer, así que apretaba la camándula de mamarosa, y esperaba que Dios tuviera la oreja abierta y le oyera su plegaria entrecortada: que esté preñada, que esté preñada, por favor te lo pido por tu hijo: que esté preñada. El consultorio parecía más pequeño, el médico la recibió feliz: lo traje, y lo mostró con la misma sonrisa picara con la que Leandro le mostró el condón aquella tarde de su mala ventura, no confiaría más en las sonrisas picaras de los hombres.
-Vete al baño y orina encima de esta punta, espera diez minutos y si salen dos rayas azules estás en embarazo, si solo es una no lo estás.
Ningún camino nunca había sido tan largo, el baño estaba dentro del consultorio, pero con cada paso la puerta parecía retroceder tres, al final corrió para poder llegar, se bajo la pantaleta y orinó.




Cuando salió del centro de salud ya la lluvia caía en lamparones que golpeaban la cara, Leandro la vio pasar frente a él, iba llorando y corría desesperada, tenía que estar preñada, Dios mío me oíste, por fin me oíste, gracias, gracias, y apretó la camándula tan duro que le dolieron sus manos callosas de campesino, corrió también pero Elena con sus piernas largas ya iba muy lejos, no importaba, porque ahora sabía que ella nunca se iba a ir, por más que corriera, el sin gran esfuerzo la podría alcanzar apenas quisiera.
La lluvia no dejo de caer todo el día, llovía como si nunca más fuera a llover después que dejara de caer agua, toda la noche oyó Leandro las gotas golpear el techo de zinc, pensaba en nombres y en bautizos, pensaba en todo lo que le faltaba por vivir, pensaba que no le alcanzaba la vida para ser todo lo feliz que era, Elena en cambio dormía con los ojos hinchados por las lagrimas, apretando el palito blanco entre las manos como si apretara algún amuleto extraño, como había apretado Leandro la camándula en la mitad de la lluvia.
Al día siguiente estaba él bañado y con la ropa del domingo frente a ella, Elena no pudo evitar pensar en Mauricio Babilonia al verlo, y buscó en vano las mariposas amarillas y el olor a aceite de motor.
-No creas que no se que estás preñada.
La mirada de ella lo dijo todo, si estaba.
Pero entonces por fin soltó la prueba desde que salió como endemoniada del consultorio del médico sin decirle como había sido el resultado: y ahí estaba la única raya que la había soltado al vértigo de irse para no volver, al vértigo y al temor de hacer lo que había soñado desde antes de siquiera saber que se podía: huir, huir lejos.
Pero el no entendió porque desde que la había tenido a su lado la necesitaba siempre para que le ayudara a caminar por los escollos de la vida, para explicarle las rarezas del mundo.
-Es negativo, no hay hijos, ni hay razones para quedarme aquí.
Y entonces fue como si toda la nieve de siberia y el silencio del desierto estuviera entre ellos, como si todo lo que habían vivido nunca hubiera pasado, como si cada uno se despertara de un sueño largo en el que ni siquiera habían soñado con el otro.
-Entonces cuando te vas?
Y más temprano que tarde (y sin reposo) Elena por fin se fue, encandilada como las mariposas tras las luces de la ciudad, donde a pesar de leer todos lo libros que quiso o quizás por eso mismo nunca fue del todo feliz.


4 comentarios:

Schatzy dijo...

Tal vez sin leerlos
tampoco lo hubiera sido

Beatrix dijo...

Delia, es que la felicidad igual a que conduce? Elena no queria ser feliz, ella solo quería leer y saber cosas, así que no importa

Gabriella dijo...

asi nunca hubiera sido feliz .se arriesgo y es lo importante de la vida andar hacia lo que tu creas tu felicidad ,asi no lo sea .

Anónimo dijo...

uf menos no que do embarazada, fue la agonía que viví durante la ultima parte de la novela